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¿Qué podemos aprender después de la noche que ganó Donald Trump?

Mucho se ha dicho sobre la victoria de Donald Trump; que si ganó el racismo, que si ganó la xenofobia o el populismo, etc. Se han interpretado muchas cosas sobre el futuro que nos espera y la desolación que se avecina sobre nuestras vidas. Yo soy un poco más positivo y si bien es cierto que hay probabilidad que los discursos raciales se hagan más extremistas en ciertos estados de E.U.A, será el tiempo el que nos haga entender qué tanto estas predicciones y las promesas de Donald Trump se convertirán en realidad.

Mucho se ha dicho sobre la victoria de Donald Trump; que si ganó el racismo, que si ganó la xenofobia o el populismo, etc.
Se han interpretado muchas cosas sobre el futuro que nos espera y la desolación que se avecina sobre nuestras vidas.
Yo soy un poco más positivo y si bien es cierto que hay probabilidad que los discursos raciales se hagan más extremistas en ciertos estados de E.U.A, será el tiempo el que nos haga entender qué tanto estas predicciones y las promesas de Donald Trump se convertirán en realidad.

Quiero aprovechar esta columna para hacer una reflexión, como publicista y observador de los fenómenos sociales, en donde pongamos sobre la mesa los errores de metodología, olfato y sentido común que quizá todos los “analistas” y “expertos en política” no vieron y provocaron que el suceso fuera una sorpresa de proporciones mayúsculas.

Como creador y diseñador de campañas me parece sorprendente que Hillary Clinton, a la distancia al menos, tenía toda una infraestructura de mercadotecnia y publicidad impecable.
Clinton contaba con la mayoría de los medios a su favor (periódicos, blogs, revistas, televisoras), deportistas de alto nivel como LeBron James, la parafernalia e influencia de Hollywood, empresas de tecnología como Facebook, e incluso el apoyo del mismísimo presidente Barack Obama, los cuales no le fueron suficiente para quitarle el triunfo a un discurso simple, impulsivo y sin profundidad de Donald Trump.

Es aquí donde quiero hacer la primera reflexión, ¿Qué tanta profundidad, complejidad y verdad necesita la sociedad para ser motivada a adoptar una postura, un candidato, un producto o una idea?

Ya lo dice Roy Campos: “No importa que tantos medios, estrategas, dinero o apoyo de gente famosa tenga un candidato, al final el que recoge mejor el coraje de la población se lleva la elección”

Si usted no lo sabe, en estas elecciones los pronosticadores eran los principales gurús de la elección, con metodología complejísimas donde metían variables económicas, psicológicas, políticas, sociales, históricas etc., con el fin de llegar a una “predicción” lo más acertada a la realidad. Incluso modelos como fivethirtyeight que usan data dura y modelos estadísticos le daban una probabilidad de 70% a Hillary de ser la ganadora.

Cuantas veces, en diferentes industrias, los procesos, metodologías e ideas se hacen sofisticadas y complejas por verse “inteligentes” y “caras”.

Quizá lo que pasó la noche del 8 de Noviembre es una demostración de dos cosas:
1.- Por más que nuestros modelos matemáticos y teóricos sean perfectos, aún no alcanzamos a medir la volatilidad y vulnerabilidad de los comportamientos humanos
2.- No hace falta modelos complejos, el ser humano es simple, primitivo y básico donde las emociones más fundamentales son capaces de invadir toda la razón y tomar decisiones sin importar el trasfondo o el contenido.

A mi me gustan las dos hipótesis pero sólo hablaré de la segunda:
En el caso de Trump, él supo articular la única y simple idea de un enemigo; el otro, el que no es como yo. Y esa idea fue suficiente para ganar. Cito a Umberto Eco; “Tener un enemigo es importante no sólo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor”

No importa lo irrespetuoso que era Trump, ni si sus datos eran falsos, o incluso su ineptitud al llevar sus negocios, él propuso una sola idea simple, milenaria y corrosiva, una idea que vivía en lo más profundo del corazón de muchos americanos y no americanos.

Hablando de la industria que a mi me atañe, la publicidad, espero que las elecciones de E.U.A nos sirvan para reflexionar sobre la manera en cómo nos aproximamos al consumidor, como jerarquizamos y valorizamos las opiniones de los focus groups, las encuestas y los testeos de nuestras campañas, que tanto sofisticamos nuestra metodologías y que tipo de talento incluimos en nuestras agencias, porque allá afuera el mercado, es un cúmulo de emociones y pensamientos difíciles de rastrear pero no imposibles de persuadir.

Nuestra razón es una red que cuando quiere atrapar a la realidad líquida, ésta se escapa por lo huecos que están en medio. Es urgente adoptar una nueva postura, un nuevo paradigma que mute, que se transforme y se adecue a la realidad día con día.

¿No nos habremos convertido ya en esclavos del exceso de la razón y criterio?, por lo pronto invito al lector a que en lo que queda del año adopte una postura que alguna vez le escuché decir al escritor Pascal Quignard: “Hay que separar esta esclavitud; tal vez hay que poner en silencio el lenguaje y volver a dirigirse al mundo un poco más silencioso, un poco más desobediente, un poco más confuso”

Otto Poncelis
Director de Planning
Ogilvy & Mather Mexico

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