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Silvia Rincon

Personal branding; aprende a hablar con claridad

El periodista Carlos Yarnoz ilustra el prólogo del libro “palabras de doble filo” de su compañero de profesión Alex Grijelmo, contando la siguiente historia: “En el número 19 de la Rue des Sablons, en París, hay un carnicero que selecciona con mimo cada cuchillo que utiliza, acaricia cada filete que corta y, después de eliminar toda imperfección estética, envuelve cada pieza en delicados papeles transparentes. Aunque haya cola de espera, el ritual siempre se cumple.

El periodista Carlos Yarnoz ilustra el prólogo del libro “palabras de doble filo” de su compañero de profesión Alex Grijelmo, contando la siguiente historia: “En el número 19 de la Rue des Sablons, en París, hay un carnicero que selecciona con mimo cada cuchillo que utiliza, acaricia cada filete que corta y, después de eliminar toda imperfección estética, envuelve cada pieza en delicados papeles transparentes. Aunque haya cola de espera, el ritual siempre se cumple. Enseguida se comprende que es un excelente profesional, que le apasiona su trabajo y que el material que vende tiene que ser de buena calidad”.

Esta historia que nos deja Yarnoz, ilustra perfectamente la diferencia que existe entre una persona que sabe expresar correctamente sus ideas y otra persona que no domina correctamente el uso de la palabra.

Hablar con claridad deja sin duda la misma “buena huella” que dejaría ese carnicero. Una huella positiva que marca la diferencia entre las personas que transmiten una imagen profesional competente, capaz de diferenciarse del resto y aquellas personas que simplemente hablan.

El arte de la retórica es una disciplina que dejó de tener espacio en nuestras escuelas hace aproximadamente un siglo.

A principios de los años 30 hubo en España algún intento de volver a darle importancia al arte de la palabra y pudimos encontrar en algunos planes de estudio de carreras universitarias la asignatura de Retórica. Sólo fue un intento, un amago de desempolvar los conocimientos que durante siglos fueron de obligado tratamiento en los currículums académicos de toda persona “bien educada”.

Los asesores de imagen de políticos y artistas trabajan mucho en aspectos relacionados con las apariencias; todos dan consejos sobre cómo vestirse, sobre cómo mover las manos al gesticular. Sobre cómo sonreír o sobre cómo mirar. Pero, ¿y las palabras?

Desde que el psicólogo estadounidense Albert Mehrabian dijese que el primer juicio que una persona hace sobre nosotros depende en un 55 por ciento sobre lo que se ve, en un 38% sobre el tono de nuestra voz y que tan sólo el 7% de ese primer juicio dependía de lo que se dijéramos, somos muchos los que hemos tenido que luchar y seguimos luchando por conferirle al mensaje verbal la importancia que realmente tiene.

Si bien es cierto que, como dice Judi James en su libro “La biblia del lenguaje corporal”, “vivimos en una sociedad en la que tener la mejor de las imágenes gana por goleada a tener la mejor de las habilidades”, debemos de esforzarnos por volver a darle a las palabras la importancia que éstas tienen.

Según el exdirector académico del Instituto Cervantes, Jorge Urrutia, “España es el país en el que más se maltrata el idioma”. Entre los errores más comunes que cometemos los españoles al hablar están:

– La alteración lógica del orden de las palabras en los enunciados; al parecer tendemos a complicarnos la vida queriendo construir frases grandilocuentes en lugar de usar la norma básica gramatical para la construcción de un enunciado, que no es otra que comenzar por el sujeto, seguir por el verbo y terminar por el predicado. Por lo tanto, cuanto más simplifiquemos nuestras oraciones más posibilidades tendremos de estar expresando con claridad nuestras ideas. No es lo mismo decir: “María es trabajadora” que decir: ”María es una mujer que, a través de sus actos, demuestra cada día que es trabajadora”. Un simple enunciado frente a un complejo enunciado para decir exactamente lo mismo. Sin duda, en el lenguaje, debemos tender a simplificar.

– También tenemos bastante tendencia a usar palabras cuyo significado no se ajusta exactamente con lo que queremos comunicar. Esto puede provocar en nuestro interlocutor una confusión de entendimiento. Sería el caso de emplear la palabra “retórica” como sinónimo de “demagogia”, cuando en realidad, el significado de una, nada tiene que ver con el significado de otra. La palabra “retórica” hace alusión al arte del dominio de la palabra con fines constructivos y siempre bien intencionados. La palabra “demagogia”, sin embargo, no significa más que una “práctica política que consiste en ganarse al público a través del uso de halagos al hablar”.

– Destaco por último el constante uso de muletillas que solemos emplear al hablar. Las muletillas son esas “palabrejas” que sin tener un significado concreto, repetimos hasta la saciedad en nuestro discurso habitual; aquí estarían los “¿sabes?, ¿me explico?, ¿verdad?, etc. Si bien en algunas ocasiones estas muletillas pueden tener la función de servir de conectores durante una conversación, el abuso de las mismas y su constante repetición pueden llegar a restar mucha credibilidad a nuestro discurso.

Si bien son innumerables los fallos que todos cometemos al hablar, creo que con que lográramos cuidar de estos tres aspectos que enumero, lograríamos una comunicación mucho más eficaz y una forma de hablar más clara.

Es cierto que la gramática española es compleja y es cierto también que los estudios del manejo de la lengua brillan por su ausencia. Por eso creo que es responsabilidad de cada uno formarnos en este aspecto y consultar de vez en cuando nuestro magnífico diccionario de la RAE.

Otro de mis libros favoritos de consulta para lograr hablar de forma clara y concisa es la obra de Leonardo Gómez Torrego “Hablar y escribir correctamente”. Un bonito libro de cabecera que nos sacará de todas las dudas que nos vayan surgiendo a la hora de comunicarnos con claridad.

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