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Jorge Arturo Castillo
Jorge Arturo Castillo

México, con menor esperanza de vida

Más nos vale acostumbrarnos a convivir con el nuevo coronavirus y hacernos a la idea de que tarde o temprano enfermaremos de éste.

Como dijimos en esta columna en marzo de 2020, la pandemia nos llegó en el peor momento, porque justo en enero de ese año desapareció el Seguro Popular y empezó a operar el Insabi, el cual nació con mala estrella, tanto por un mal diseño como por la falta de presupuesto. Y, además, la pandemia nos llegó sin dejar tiempo para aceitar la máquina ni para tener una curva de aprendizaje.

Es muy triste decirlo, pero ahora los mexicanos tenemos una menor expectativa de vida. Con base en el artículo publicado en la revista Nexos en este mes de junio, “El Insabi y la movilidad social en salud”, firmado por Rodolfo de la Torre, director de Movilidad Social del Centro de Estudios Espinoza Yglesias (CEEY), la esperanza de vida (EV) en México ha disminuido varios años, tanto por la pandemia de Covid-19 como por la desaparición del llamado Seguro Popular y la instauración del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), que no ha dado los resultados esperados.

De la Torre señala que “la reforma al Artículo Cuarto constitucional, realizada en mayo de 2020 con el propósito de proporcionar acceso universal a los servicios de salud, fue una gran oportunidad de construir la piedra angular para un estado de bienestar sólido y duradero. Desafortunadamente, tal oportunidad se perdió, e incluso hubo un deterioro en el acceso a los servicios de salud, lo que junto con la pandemia de Covid-19 se ha traducido en un panorama de menos años de vida saludable para las próximas generaciones”.

Pero esta apuesta, reingeniería al sistema de salud dirían algunos, no funcionó. Los cambios a la Carta Magna pusieron al Insabi como la pieza clave que movería todo el engranaje, pero no ha sido así. En teoría, dicho instituto proveería, de forma gratuita, tanto los servicios de salud como los medicamentos e insumos para las personas que antes estaban afiliadas al Seguro Popular, además de coordinar a los prestadores de salud en los estados, los cuales también se integrarían a esta iniciativa.

No olvidemos, claro está, el monumental desabasto de medicamentos que la población derechohabiente ha padecido prácticamente durante todo el sexenio, el cual no desaparecerá pronto. Es más, no en este sexenio.

Dicha reingeniería al sistema de salud fue una gran apuesta, pero claramente no funcionó. La idea era que el Insabi administrara los recursos para atender a 52 millones de personas afiliadas al Seguro Popular, además de ir proveyendo servicios de salud a otros 20 millones que dijeron no tener ningún tipo de acceso a dichos servicios.

De igual forma, el Insabi tenía la misión de construir “un nuevo sistema de administración de personal, adquisición de insumos y provisión de servicios amalgamando las unidades médicas estatales, del IMSS-Bienestar y de la Secretaría de Salud (SSa), que se sumaran al esfuerzo: una tarea de coordinación y logística de grandes dimensiones”. 

El carro no caminó y en buena parte fue por la falta de gasolina; se intentó echar a andar la maquinaria con pocos recursos, lo que fue a todas luces insuficiente. De hecho, el gasto para la población sin seguridad social aumentó de 0.73% a 0.79% en el periodo de 2019 a 2021.

Lo anterior se tradujo en un claro aumento de personas que no cuentan con servicios de salud. En 2018 ese universo era de 21.2 millones de personas, lo que aumentó a 27.1 millones en marzo de 2020, mes en el que empezó el confinamiento en México y alcanzó los 35.7 millones para el tercer trimestre de 2020.

En febrero de 2021 el gobierno anunció que se “federalizarían” los servicios de salud mediante el programa IMSS-Bienestar, lo que fue un reconocimiento tácito e implícito de que el Insabi no estaba funcionando y no había cumplido con las expectativas y objetivos. 

Con el cambio de timón, se trataba de que el IMSS, mediante su programa para las personas en zonas de alta marginación, fuera el encargado de dar los servicios de salud a la población sin seguridad social.

En este contexto, dice el autor del artículo, “un sistema de salud debilitado no favorece la posibilidad de que la esperanza de vida de las nuevas generaciones sea mayor e independiente de la de origen. Este tipo de movilidad en salud ha sido mayor para quienes cuentan con seguridad social formal. Las personas adscritas al Seguro Popular suelen presentar una movilidad menor; sin embargo, la más baja corresponde a quienes no tienen acceso a ningún servicio público de salud”. 

En suma, como dijimos en esta columna en marzo de 2020, la pandemia nos llegó en el peor momento, porque justo en enero de ese año desapareció el Seguro Popular y empezó a operar el Insabi, el cual nació con mala estrella, tanto por un mal diseño como por la evidente falta de presupuesto. Y, además, la pandemia nos llegó sin dejar tiempo para aceitar la máquina ni para tener una curva de aprendizaje.

De la Torre subraya: “Un Insabi con dificultades para cumplir las funciones del Seguro Popular y un mayor porcentaje de población sin acceso a los servicios de salud anticipan una menor movilidad en salud, independientemente del efecto de la pandemia. Sin embargo, la presencia de la Covid-19 profundiza estas pérdidas de movilidad al tener mayores efectos sobre la población más vulnerable. El riesgo a la vida es mayor donde el sistema de salud tiene menos recursos y las personas sufren mayor pobreza”.

Luego de cuatro olas de Covid-19 y a punto de empezar la quinta, aunque la autoridad sanitaria se ha negado a aceptarla como tal, y de más de 325 mil fallecimientos según números oficiales, la esperanza de vida al nacer en México ha retrocedido cuando menos entre tres y cinco años, lo que nos ubica en los niveles que teníamos en 1993.

La suma de un sistema de salud debilitado, la falta permanente de recursos, el mal diseño de sus instituciones, el desabasto de medicamentos, la pandemia de Covid-19 y un modelo imposibilitado para enfrentarla como Dios manda, hizo que ahora los mexicanos tengamos una EV menor que la que teníamos antes de la llegada de la primera ola de la nueva enfermedad.

Que siempre sí, que el bicho sigue aquí

Ya lo dijo el zar de la pandemia Hugo López-Gatell, durante la conferencia matutina presidencial del martes 07 de junio de 2022: “La Covid se quedará para siempre”. Y sí, no se puede pensar otra cosa.

En el marco del repunte de casos de Covid-19 en las últimas semanas López-Gatell afirmó que el nuevo coronavirus tendrá oleadas estacionarias en marzo y octubre.

Y es que pasar a un estado endémico no significa el final de la pandemia de virus SARS-CoV-2, resaltó. “El estado endémico no debe pensarse como el fin de la pandemia. Nunca hemos dicho que se acabó la epidemia. De acuerdo a la historia de enfermedades infecciosas, particularmente las transmitidas por vía respiratoria y de causa viral tienden a permanecer por siempre, el ejemplo más claro es la influencia”.

Sin embargo, no todo es negativo, pues lo bueno de todo esto es que la Covid-19 puede transitar de ser una enfermedad con gran capacidad de causar enfermedad grave y muerte, a un padecimiento con poco potencial de causar daño de consideración y mayor transmisividad.

En otras palabras, más nos vale acostumbrarnos a convivir con el nuevo coronavirus y hacernos a la idea de que tarde o temprano enfermaremos de éste. Por tanto, es recomendable estar vacunados contra Covid y seguir todas las recomendaciones sanitarias.

El botiquín

  • Durante los dos primeros años de la pandemia dijimos que la crisis sanitaria nos había cambiado, pero la verdad es que seguimos igual, o incluso peor. Y si no, veamos: todavía no salimos de la pandemia pero hay muchos jefes exigiendo la presencialidad a sus empleados, de lunes a viernes de 9:00 a 18:00 horas, con la juntitis de siempre, con el requerimiento de estar disponibles todo el tiempo, olvidando la posibilidad del trabajo en casa y de que si fueran más flexibles podrían hacer que sus empleados tengan una mejor calidad de vida…
  • Después de 27 meses y cuatro olas de la pandemia en el país, quien esto escribe finalmente enfermó de Covid-19, lo que no sería noticia por sí solo, por supuesto, si no fuera porque la infección llegó por el punto más débil. Mi hijo de 7 años, no vacunado como muchos otros en el país, se contagió en su escuela la semana pasada y él le transmitió la enfermedad a su padre, por fortuna vacunado… 
  • ¿Y la vacuna anti Covid para niños menores de 12, para cuándo, cuándo, cuándo?

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