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La importancia de entender el precio de un producto, el caso de la paleta vendida 10 veces su valor

Entender el valor del precio de un producto, va más allá de analizar su costo y entorno competitivo, se trata de saber lo que simboliza y representa para el productor y destinatario

Al momento de fijar el precio de un producto, en ocasiones, no basta con estudiar y analizar el costo de una mercancía y su entorno competitivo, también se debe comprender y saber leer el valor del precio, es decir qué es lo simboliza, representa y comunica el precio tanto para el productor como para el destinatario, más allá de su costo así como su margen de utilidad.

El cuartel general de investigación de mercado, mediante uno de sus integrantes, nos deja entrever cómo, a través del uso de diversos métodos y aplicaciones, respetar el valor del precio de un producto, defenderlo y no adecuarlo ante situaciones adversas, puede derivar en, tarde o temprano, conseguir las metas establecidas.

Para ello, el organismo nos cuenta la historia de Dionisio, un joven que vendía paletas de chocolate en formas de figuras de animales en diversos restaurantes de la zona de Polanco en la Ciudad de México. Sin saberlo o no, el muchacho de unos 15 o 16 años, se valió del marketing de contexto cada que hacia su intromisión en los establecimientos a fin de colocar su producto en las manos de los clientes.

La narrativa nos sitúa en el escenario, desde el punto de vista de un investigador de mercado que analiza la situación, la desmenuza y la trata de comprender. Dionisio tenía una evidente discapacidad mental, algo que de inmediato capta la atención de los individuos, de igual modo, metódicamente, recorría mesa por mesa de los diferentes lugares, al tiempo que ajustaba su discurso para adecuarlo al target que tenía enfrente, estudiaba a los comensales en función de la apariencia, edad, vestimenta así como acompañantes.

A pesar de que en apariencia elegía las palabras correctas, el tono de voz, entre otros factores, no podía finalizar los tratos con su mercado mete, ¿por qué?, por una razón significativamente importante, el precio, cada una de sus paletas tenía un costo de 50 pesos por unidad, algo que parecía fuera de lugar, no por la zona, sino por la competencia alrededor de él; dulces, cacahuates, otras paletas, chicles, mazapanes, entre otra variedad de productos, mucho más baratos y por ende accesibles.

Sin embargo, el joven no cesó en su intento de vender una pieza, a ese precio; aunque pasó mucho tiempo, y cada que salía Dionisio de los restaurantes con las manos vacías y una aparente decepción en dicho instante, el investigador de mercado decidió no interferir, aunque confiesa que en múltiples ocasiones pensó en hablar con la madre del joven, la cual se limitaba a acompañarlo y esperarlo afuera de los locales, o con el mismo Dionisio para aconsejarle una reducción en el costo de la mercancía, además de la implementación de otras tácticas mercadológicas que le hubiesen ayudado a colocar el producto en las manos de los comensales; no obstante decidió no intervenir y seguir analizando el fenómeno.

Al final, y después de mucho tiempo, Dionisio logró vender su paleta de 50 pesos, en un escenario en el que se conjugaron múltiples factores que fueron bien interpretados por el vendedor al momento de tratar de conectar con su clientela. El joven se acercó con una mujer de entre 35 y 40 años de edad, comía sola y con la mirada perdida, las palabras del muchacho fueron sutiles y precisas “tenga damita, compre esta paleta para que se la lleve a su niña y para que le diga que para eso trabaja usted, para llevarle cosas que le gustan y que la hacen feliz”.

Esas, según el investigador, no eran las palabras habituales del vendedor, algo lo conectó emocionalmente con esa mujer y algo sucedió también a ella con las palabras y la sensibilidad de Dionisio. La clienta levantó la vista y le sonrió al tiempo que metía la mano a su bolso para buscar su cartera, “¿cuánto te debo por esta rica paleta?” preguntó la mujer, a lo que el joven respondió, como era de esperarse, “50 pesos”.

Sin regatear y sin dudarlo, se cerró la transacción, lo que derivó en que los presentes y trabajadores del lugar, acostumbrados a ver el fracaso continúo de Dionisio se sorprendieron con este disruptor, por lo que se aplaudió la escena tanto para el vendedor como para la comensal, fue en ese momento en el que se entendió que el precio del producto va de la mano con el símbolo, representación y lo que comunica para quien lo oferta así como para quien lo adquiere.

Uno de los ejemplos más claros de este tipo de eventos, tuvo que ver con el episodio que se viralizó en Acapulco con el vendedor de empanadas Francisco Orihuela Ramírez, “aquel mercadólogo del futuro” quien conectó con sus clientes gracias a un mensaje original y al mismo tiempo disruptivo.

Dentro del video que lo catapultó a la fama, se observa cómo es que se negó a vender una sola pieza ya que “las cuentas no le saldrían” y se desacomodarían sus órdenes, defendió el valor del precio de su producto, aun a costa de perder una posible venta.

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