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Fernanda Ramirez

Hillary y el posible triunfo de la equidad

El tercer debate presidencial era la última oportunidad que tenía Donald Trump de hacer cara a las acusaciones de misoginia y acoso que han pesado sobre él en las últimas semanas, en las que diversas voces han evidenciado que el candidato republicano no es precisamente el tipo de hombre que la mujer norteamericana desearía que la representara.

El tercer debate presidencial era la última oportunidad que tenía Donald Trump de hacer cara a las acusaciones de misoginia y acoso que han pesado sobre él en las últimas semanas, en las que diversas voces han evidenciado que el candidato republicano no es precisamente el tipo de hombre que la mujer norteamericana desearía que la representara.

A pesar de que el encuentro comenzó con un tono en el que Trump se prestó a un diálogo que pareció útil, tratando temas como el control de armas, el derecho al aborto y la migración, no pasó mucho tiempo para que el candidato volviera a ser el iracundo de siempre, y su diálogo se transformó en interrupciones, descalificaciones y la paranoia de ver enemigos por todos lados.

Fue tal la ira de Donald, motivada por la impotencia que le provoca no encontrar argumentos que sacaran a flote su maltrecho barco, que terminó vociferando un “such a nasty woman” hacia la candidata, que para ese entonces mostraba en su sonrisa la satisfacción del atleta que adelanta varios metros a sus oponentes.

El tercer encuentro representó para el republicano una valiosa oportunidad para mantener su base de apoyo y resolver las controversias provocadas por su carácter machista, pero la echó a perder, lo que propició que la mayoría de las encuestas norteamericanas sitúen a Clinton como la futura presidenta de ese país.

De llevarse a cabo, la de Hillary no sólo sería una victoria demócrata, sino del feminismo que repela a un futuro mandatario que no ve reparo en tratar a una mujer como un objeto; a una persona que cree que es menos hombre el que no aprovecha la oportunidad de abusar de las mujeres en todos los sentidos; de un ser que cree que “cuando eres una estrella, te dejan hacerles cualquier cosa, agarrarles el trasero, lo que sea”.

El momento cumbre del debate, lo que para muchos opinadores fue lo que terminó por destruir las oportunidades del republicano de habitar la Casa Blanca, ocurrió cuando el moderador preguntó a Trump si acataría los resultados de las elecciones, le favorecieran o no; él respondió que eso estaría por verse.

Si los votos favorecieran a la candidata demócrata, no se trataría simplemente de la victoria que llevaría a la primera mujer a llevar el mando del país más poderoso del mundo, sino del triunfo de lo sensato sobre lo bárbaro, de lo progresista sobre lo retrógrada, de la equidad y el respeto sobre la misoginia.

A diario, las noticias dan cuenta de un mundo habitado por una especie con 100 mil años de antigüedad, cuya presunta evolución no ha sido suficiente como para darse cuenta de que el poder aplicado para aplastar al género opuesto es equivalente a actuar como lo seres más primitivos que pueden existir.

Si alguien con estas características estuvo a punto de “gobernar al mundo”, está claro que algo estamos haciendo mal y tenemos que corregir el rumbo con urgencia.

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