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Fernanda Ramirez

El valor de opinar en tiempos de influencers

Un influencer siempre tiene un interés detrás: cobra por decir algo que beneficie a alguien.

Desde principios de los 2000, el sociólogo y economista estadounidense Jeremy Rifkin advirtió que una de las consecuencias de tener tanto acceso a la información gracias al Internet sería, justamente, la desinformación. Simplifiquémoslo de la siguiente manera: nunca antes ha habido tantos medios de comunicación en el mundo; sin embargo, la cantidad de fake news nunca había sido tan grande tampoco. 

Esta paradoja sirve para comprender la importancia que tiene hoy el periodismo, oficio denostado por los mismos líderes globales (Donald Trump, por citar un ejemplo) a los que les conviene el rumor, esa vieja forma con la que los monarcas medievales solían generar confusión y caos entre sus pueblos para satisfacer sus propios intereses. 

Es un hecho que la desinformación representa uno de los mayores peligros para la vida democrática. Por eso es importante saber distinguir entre comunicadores profesionales y propagadores del rumor. En otras palabras: hay que separar a los influencers de los periodistas. 

Un influencer siempre tiene un interés detrás: cobra por decir algo que beneficie a alguien. Algunos trabajan directamente para marcas o políticos y otros más se valen de sus numerosas audiencias digitales para ser voceros del mejor postor. No es casualidad que las áreas de marketing de las empresas hoy prefieran contactar a influencers que a medios de comunicación para difundir sus experiencias o productos. Un periodista ético, no obstante, está libre —o debería estarlo— de ataduras comerciales.

En tiempos en los que las redes sociales se han convertido en el tribunal de la verdad, confundimos líderes de opinión con infuencers. A raíz del nacimiento de los medios digitales, ha proliferado un número infinito de influencers, microinfluencers y presuntos influencers que encuentran en las estrategias de mercadotecnia de las empresas un nicho para destacar. Nadie pone en duda sus capacidades para posicionar una marca, un servicio o una tendencia. Pero ojo: siguen sin ser líderes de opinión. Conectar con el público sentimental e intelectualmente no es cosa fácil. Se requieren años de oficio, no millones de likes en Instagram. 

El Escorpión Dorado podrá alcanzar números altísimos de tráfico en redes sociales, pero no es un líder de opinión. Yuya podrá marcar tendencias y atraer hordas de chicas en la calle, pero tampoco es una líder de opinión. La popularidad no es el único requisito para serlo: también se necesita ser un factor de cambio, influir en la vida pública y generar hábitos ciudadanos (y no sólo se consumo). ¿Quién no ha escuchado el radio y cambia su día al escuchar la reflexión de un locutor? ¿Quién no se ha indignado con la noticia que da a conocer un reportero acerca de la corrupción o la inoperancia gubernamental, y con ello ha decidido ser una persona más cívica en su comunidad? 

Podrás estar o no de acuerdo con ellos, pero son varios los nombres que podemos meter dentro del costal de líderes de opinión de nuestro país: Toño Esquinca, Joaquín López Dóriga, Jorge Garralda, Ciro Gómez Leyva, Mariano Osorio, Martha Debayle, Raymundo Rivapalacio…  Todos ellos se dirigen a públicos distintos (incluso contrarios) en espacios dispares, pero tienen algo en común: tienen fierros, como dicen en el gremio periodístico. Todos conocen las entrañas del sistema mediático, que indiscutiblemente se mueve a la par de las agendas políticas y económicas del país. Valoremos la información fidedigna y verificada. Valoremos a nuestros comunicadores profesionales. El periodismo es una profesión. 

Toño Esquinca, líder indiscutible de la radio en México, es un botón de muestra de la versatilidad que puede tener un comunicador. Vigente desde hace dos décadas en el medio con su programa La Muchedumbre, ha logrado generar una conexión atípica con un amplio rango de edades y perfiles. Su programa dura siete horas. Siete. Tiempo inusual para los medios de comunicación, que cada vez buscan recortar más los tiempos de sus programas en aras de la inmediatez. 

Otro ejemplo, pero ahora de periodismo con vocación social, es el que ejerce Jorge Garralda. Él lleva 30 años de conducir uno de los pocos programas de periodismo social de la televisión mexicana. El mes pasado, recibió el Premio Antena de Oro 2019, el galardón más prestigioso que otorga España a los profesionales de la televisión y la radio. Su compromiso no se limita al periodismo de denuncia; también genera beneficios a sectores desprotegidos a través de labores como el Juguetón, campaña anual que busca llevar regalos en la temporada navideña a niños necesitados, así como acciones sociales en favor de la ecología, las personas de la tercera edad, las mujeres en estado de vulnerabilidad y enfermos.

Nuevamente: valoremos a nuestros comunicadores. Incrépalos, refútalos, pero siempre será positivo tener pluralidad en cualquier país que se ostente en ser democrático. 

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