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Camila Gonzalez

¿El fin justifica la no experiencia?

De nuevo yo con mis argumentos que no se tragan entero el mundo digital. No me termina de convencer tanta comodidad y facilidad. Por ejemplo, no hay nada más exaltado y amado por los internautas que las compras en línea, y cada día son más las posibilidades en ese sentido

Por Camila González
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Twitter:@GFCam

De nuevo yo con mis argumentos que no se tragan entero el mundo digital. No me termina de convencer tanta comodidad y facilidad. Por ejemplo, no hay nada más exaltado y amado por los internautas que las compras en línea, y cada día son más las posibilidades en ese sentido. La “virtualización” de las tiendas tiene una y mil ventajas, pero, a mi modo de ver, también tiene una desventaja esencial y profunda. Vamos primero con el chorro de ventajas: hallar descuentos, mejores negociaciones, no desplazamiento, mayor oferta en menos tiempo, velocidad de trámites, calidad de servicios, expansión de los mercados, menos obligaciones con los trabajadores por parte de las empresas, reducción de costos de distribución, mayores ganancias por venta unitaria de un producto, etc., etc., etc.

 

De acuerdo, se nos ha facilitado la vida, ¿pero a qué costo? Más allá de los perjuicios que pueden significar hackers, crackers, los asuntos de garantías de los productos y ese tipo de cosas, tras una compra en línea lo que de fondo se pierde es la experiencia presencial. ¿Importa? Muchos dirán que no porque hay una experiencia, ahora digital, pero dónde queda la experiencia de ir a un lugar, entrar, ver, sentir, oler, evocar recuerdos, relacionarse con otros, verse al espejo de los probadores y tocar la calidad de una tela, tomar un helado a la salida, sentarse en un café a hacer unas notas y pensar que la mujer de la mesa de al lado se parece a la abuela que ya poco se cruza por nuestra mente… No es poca cosa, y tampoco mero romanticismo, pero la vida está hecha de instantes. Y temo que estos instantes cada vez se instalen más frente a una pantalla y nos privemos de los esfuerzos y las recompensas que implican la aventura de estar vivo, de ir y venir, de hablar, de entender al otro, de percibir las diversas realidades. Sin duda la tecnología nos ahorra tiempo, pero ¿tiempo para experimentar y estar vivos? La radicalización de los nuevos hábitos me preocupa.

Está bien que, según las circunstancias, compremos en línea o de forma presencial; es maravilloso que se abra el abanico de opciones para hacer las cosas, no que se cierre. Y es que lo fascinante, y miedoso a la vez, es que la tecnología nos cubre todos los agujeros posibles, no se le escapa una. Si finalmente decidimos apagar la pantalla, salir de compras y afrontar el vaivén de la vida, pero entra uno solo a la tienda, ahora existe una aplicación (Go Try On) para preguntar a otros en línea si el suéter te queda bien o no. Sí, pones una foto y recibes opiniones de si mejor negro o rojo, más grande o más chico, o si definitivamente urge la dieta. Práctico, sin duda, pero yo me inclino más por el consejo cariñoso de alguien real que se toma el tiempo de estar a mi lado y además me hace reír. ¿Qué dicen ustedes?

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