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Carlos Bonilla

El discurso presidencial, reír por no llorar

El humor puede ser también un arma de doble filo, no solo articulando a los nuestros a través de la relajación y la creación de vínculos de confianza.

Uno de los recursos del presidente de la República en sus inefables encuentros diarios con los medios informativos, conocidos coloquialmente como “las mañaneras” es el humor. Con frecuencia se vale del humor y la ironía para aderezar sus peroratas.

La más reciente muestra de ello -espero que así sea- fueron sus propuestas para corregir la pifia de deshacerse del avión presidencial.

Con mayor o menor éxito —dependiendo siempre de la gracia natural del conferenciante— el uso del humor es una práctica habitual en los discursos políticos. Pero ¿se trata de un mecanismo para estar más relajados como oradores, o hay algo más tras esta estrategia de comunicación?

Elena Costas, investigadora postdoctoral en el Departamento de Economía de la Universitat Autònoma de Barcelona, que “el humor relaja, tanto al orador como a su audiencia. Permite destensar una situación, algo importante en el éxito de un discurso. Cualquiera que se haya enfrentado alguna vez a dar una charla habrá escuchado aquello de «tener una broma preparada para romper el hielo». En general, hablar en público genera miedo, y es una de las fobias sociales más comunes en adultos. No hay más que observar las caras de los universitarios al decirles que un porcentaje de su nota final dependerá de una presentación oral en clase para comprobar los elevados niveles de estrés que provoca el enfrentarse a hablar delante de otros. Utilizar el humor es un buen recurso para crear un ambiente favorable al éxito del discurso”

Las bromas basadas en el lenguaje son un atributo único de los humanos. Sin embargo, existen evidencias de que los simios ríen también en situaciones cómicas, o que provocan el ridículo de otros. En este sentido, Darwin ya había señalado que es posible hacer reír a los chimpancés haciéndoles cosquillas. Esta risa, tan similar a la nuestra, es mucho más frecuente en el caso de los humanos, y con distintos usos. El humor en los humanos, presente en todas las culturas, requiere del uso del lenguaje, de la empatía y de complejos mecanismos. En la evolución de los homínidos el reírse en grupo remplazó a lo que en otros primates era el acicalarse, como podía ser peinarse mutuamente. Por lo tanto, la función primordial del humor es la de crear vínculos, o reforzar los existentes, ya sea despiojando al otro o explicándole un chiste.

El humor y la política tienen en común el uso de la retórica. Queremos usar las palabras, las metáforas, la ironía, para defender una postura concreta, defender un argumento, o hacer reír. Es la «facultad de observar, en cada situación, cuáles son los medios disponibles para la persuasión», dice la Retórica Aristotélica, que data del año 1355. Esta persuasión verbal es, tanto para el político como para el humorista, la forma de hallar soluciones creativas a situaciones o públicos que se resisten a aceptar una premisa concreta. Tienen por tanto la política y el humor mucho en común, pero, ¿por qué hacer uso de la risa en los discursos públicos?

La risa se utiliza como un mecanismo de reforzamiento de la unión dentro de un grupo. Pero, ¿cuál es la razón que nos lleva a sentirnos más vinculados a aquellos que se ríen con nosotros, que nos provocan una carcajada, o que se ríen de nuestras bromas? Las endorfinas. Al reírnos segregamos endorfinas, neurotransmisor que juega un papel clave en la creación de vínculos. Algo parecido a lo que sucede durante el orgasmo, con la ventaja adicional de que la risa permite extender este efecto a grupos mayores, ya que varias personas pueden reír a la vez. Por el contrario, actividades de acicalamiento en grupo, como peinarse o sacarse los piojos, tienden a estar restringidas a la creación de un vínculo mutuo.

Existen varias teorías que pretenden explicar la función del humor, analizándolo desde distintos ángulos. En primer lugar se habla del humor como «alivio». La risa nos produce un desahogo tanto físico como emocional cuando nos encontramos en una situación de estrés, según escribió Spencer en 1911. Se trata por tanto de un simple movimiento muscular en respuesta a una excitación. Freud consideraba que el humor nos permite expresar sentimientos escondidos, tensión psíquica, tanto del que hace reír como del que ríe. La risa por lo tanto nos descarga, nos alivia, nos hace sentir mejor. Por ello, cuando en un discurso se utiliza el humor como recurso, no es solamente el conferenciante el que refleja estos sentimientos, sino también el público al aceptar o rechazar ese humor.

Tenemos también la «teoría de la incongruencia», es decir, reímos de lo que no esperamos, de lo que nos sorprende, de aquello que no sabemos cómo debemos entender, pero por lo que no nos sentimos atacados. Encontramos divertido aquello que nos es extraño en una situación determinada, pero que no nos provoca tanta confusión como para ser un elemento de peligro. Tanto en el concepto de incongruencia como el de alivio se refieren a una función del humor como destensador. La risa nos permite así crear un clima comunicacional favorable con la audiencia, que nos ayuda a persuadir, a transmitir un mensaje.

Sin embargo, el humor puede ser también un arma de doble filo, no solo articulando a los nuestros a través de la relajación y la creación de vínculos de confianza. La tercera gran teoría sobre el humor considera la risa como elemento de «superioridad». Habla Hobbes en Leviatán de esa «pasión que da lugar a esos gestos llamados risa, y es causada o por algún súbito acto propio que complace, o por la aprehensión de algo deformado en un otro, por comparación con lo cual hay súbita autoaprobación». La risa se explica por tanto como el resultado de un sentimiento de superioridad, sobre otra persona o acto. Según esta teoría, el uso del humor en los discursos públicos se utilizaría como una búsqueda de provocar la risa como respuesta a la ridiculización del otro, y de buscar nuestra propia aprobación en ese acto. Al reírnos, sobre todo cuando lo hacemos de alguien que es de otro grupo, ya sea de raza, política, sexo o nacionalidad, lo que hacemos es fortalecer la identidad de nuestro grupo excluyendo a aquel que no pertenece. Es decir, el humor no solo provoca un refuerzo de los lazos existentes en un grupo por la confianza que da el reírnos juntos, sino también por ser capaz de señalar a aquellos que no pertenecen a nuestro grupo. Al bueno. Al mejor.

En el discurso político el humor puede convertirse en una eficiente herramienta para unir a nuestra audiencia y separarla de la oposición. Se trata de un uso retórico que no busca expresar una idea concreta, o disuadir a nuestro público, sino potenciar la rivalidad con el grupo vecino. Según Jon Lovett, redactor de los discursos de Obama que ahora trabaja como guionista de comedias en la NBC, «si puedes hacer reír a alguien de algo que tu oponente o tu oposición piensa, eso significa que has hecho un muy buen trabajo en señalar qué está mal en su argumento o posición».

Evidentemente, en todo humor, y especialmente en el político, estas tres grandes teorías juegan a la vez, y consiguen explicar solo parte de las funciones del humor. El humor tiene una función dual, que va desde la unificación a la división, en un continuo y sin ser factores excluyentes. Tiene efectos positivos y negativos, y hasta neutrales, si lo entendemos como una forma adicional de clarificar un mensaje.

El humor es un mecanismo complejo que, bien utilizado, permite generar confianza en nuestra audiencia, relajarnos, unir a nuestro grupo, vender mejor nuestras ideas. Tiene un elemento bipolar, puede hacer la política más amable, o potenciar rivalidades. 

El uso del humor puede dañar la democracia o afectar la eficacia de un mensaje.

Según los teóricos en la materia, puede caerse en:

Mensajes egocéntricos, no inclusivos: cargados de abuso de centralidad gubernamental y no inclusivos para la ciudadanía, deformados en la contextualización, con un exacerbado egocentrismo que los motiva y que puede generar una ciudadanía explícitamente pasiva.

Mensajes Nominales: aquellos que confunden, se superponen y se apropian del mensaje de gestión, haciéndolo coincidir con su propio mensaje personal y/o nominal.

No polisémicos, superpuestos: se cimientan en textos directos que no representan el uso polisémico, encastrando y delimitando rápidamente la vida simbólica de la comunicación gubernamental en mensajes que se agotan rápidamente en un tipo de acciones solamente. Suelen darse también superposiciones o acoples de mensajes, así como copia o plagio de discursos de otras experiencias.

Mensajes de área que son usados para el gobierno como un todo: hace que muchos mensajes que han dado resultado en alguna de las áreas que han funcionado sean trasladados luego como mensajes de todo el gobierno.

Mensajes retrospectivos: tienen una función de presente o con vida útil acotada. No se recomiendan porque dan cuenta de que el mito de gobierno está ausente en su componente de futuro. Son mensajes facilistas y simples que logran consenso inicial rápido, especialmente si se sucede a una mala gestión.

¿En cuál o cuáles tipos de mensaje podríamos enmarcar la comunicación de “las mañaneras”?

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