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Trump enciende todas las alarmas: ¿Estamos hablando de fascismo?

La prohibición específica de la entrada de un grupo religioso en particular trae a la memoria algunos de los peores y más vergonzosos episodios de la humanidad, en los cuales el discurso del odio protagoniza una serie de declaraciones justificadas bajo el pretexto de la seguridad y el nacionalismo

Donald Trump quiere prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos hasta que los líderes de aquel país “resuelvan lo que está pasando”, dijo al referirse a los ataques de san Bernardino, California. En lo que constituye la mayor escalada de la retórica anti-inmigrante del multimillonario, orientada a alimentar los miedos y prejuicios de los potenciales votantes sobre las personas que profesan la fe musulmana. 

Y es que la prohibición específica de la entrada de un grupo religioso en particular trae a la memoria algunos de los peores y más vergonzosos episodios de la humanidad, en los cuales el discurso del odio protagoniza una serie de declaraciones justificadas bajo el pretexto de la seguridad y el nacionalismo. En el caso de Trump, con un lenguaje cada vez más agresivo y soez hacia todo aquello que no se parece a lo WASP (White, Anglo-saxon Protestant o blanco-anglosajón-protestante). “Esa mierda no va a volver a pasar”, fueron las palabras con las que se expresó el precandidato.

Tras la propuesta sin precedentes que realizó el pasado lunes, saltaron todas las alarmas sobre el potencial peligro que representa una persona con este tipo de discurso y los ciudadanos y ciudadanas del mundo comenzamos a ver cómo un viejo conocido de la política del siglo veinte comienza a posarse sobre las bocas de analistas, periodistas y partes involucradas: el fascismo. 

En su columna del 3 de diciembre en el New York Times, Ross Douthat plantea abiertamente esta pregunta: ¿Es Donald Trump un fascista? Y asegura que se trata de un señalamiento que ya no sólo hace el el ala liberal de la política, sino que la derecha está comenzando a verbalizarlo. “El establishment republicano todavía no puede decidir si ir o no detrás de Donald J. Trump. Pero la semana pasada algunas personas desde dentro del partido Republicano comenzaron a rumorar una acusación que usualmente viene de los liberales en contra de la derecha: que el magnate de los bienes raíces que se volvió un populista es, de hecho, un fascista“.

La semana pasada, Jamelle Bouie, de Slate, argumentó que Trump manifiesta por lo menos siete de las características del fascismo definidas por el erudito italiano Umberto Eco, tales como: el culto a la acción, la celebración de una masculinidad agresiva, intolerancia a las críticas, miedo a la diferencia y a lo extranjero, apelación a las frustraciones  de la clase media, un nacionalismo intenso y un resentimiento por la humillación nacional, un elitismo popular que promete a los ciudadanos que forman parte de “la mejor gente del muno”.

“Vamos a ser muy vigilantes. Vamos a ser muy cuidadosos. Vamos a ser muy duros, y malos y sucios”, dijo el multimillonario ante una audiencia que lo aclamaba, en su discurso del pasado lunes.

Los aplausos a su discurso retumban por los altavoces de las televisiones que informan que Trump es líder en las encuestas. En la más reciente de ellas, elaborada por CNN, la diferencia entre Trump y su más cercano rival, Ben Carson, es de más de veinte puntos. “Cada vez que las cosas empeoran, me va mejor”, dijo Trump a las cámaras. “La gente quiere fuerza”.

La popularidad de los discursos de odio por parte de personajes de la ultraderecha es algo que Europa conoce, y muy bien. Particularmente Francia, que tiene dentro de sus entrañas institucionales al partido Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen. Esta relación entre ambos personajes a uno y otro lado del Atlántico es reconocida por John Cassidy, quien escribe para The New Yorker “Francia nos ha dado un inquietante ejemplo de cómo los ataques terroristas pueden generar apoyo a reacciones autoritarias contra los inmigrantes y los musulmanes. El pasado domingo, el Frente Nacional tuvo grandes ganancias en las elecciones regionales de aquél país. Dependiendo de lo que pase el mes que viene, el partido de Le Pen podría terminar controlando a los gobiernos locales de vastas porciones de Francia”.

Y es que de la boca de Le Pen han salido frases similares a las de Trump: “Francia debe prohibir las organizaciones islamistas, cerrar las mezquitas radicales, expulsar a los extranjeros que hacen oraciones de odio en nuestro país así como a los inmigrantes ilegales que no tienen nada que hacer aquí”, dijo la política tras los ataques terroristas de París.

Esta retórica anti-inmigrante es uno de los puntos más fuertes del discurso de campaña de Donald Trump, que los mexicanos conocemos perfectamente. Pero es que también se ha expresado con desprecio sobre las mujeres y sobre las personas con discapacidad. Como dice Cassidy:

“Todas estas cosas se han asociado con los movimientos políticos de la extrema derecha, y entre los comentarios hay ahora un vivo debate sobre si Trump puede ser o no catalogado como un fascista o un proto-fascista”.

Mike Pearl, de Vice, puntualiza que en el debate no hay que perder de vista que el fascismo no es lo mismo que el Nazismo. “Contrariamente a mucho  de lo que se dice en internet sobre el uso del término para describir a Trump, este no es un debate sobre si Trump es un racista o un anti-semita. La pregunta es si las propuestas que presenta podrían desembocar en un matrimonio entre negocios y gobierno en el que los ideales se vuelvan uniformes, se castigue el disentimiento severamente, con todo ello centrado en un culto a la personalidad similar al del Partido Nacional Fascista liderado por el dictador italiano Benito Mussolini”, a lo que habría que agregar a la Falange Española, que mantuvo en el poder a Francisco Franco durante tres décadas.

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